UN TANGO QUE SABE A MANGO

Así como le sucedió a Carlos Cano, La Habana siempre será un nombre que al pronunciarlo no deja a nadie indiferente. Palabras de @DanGamboab

De las primeras veces que recuerde oír de La Habana fue gracias a una canción de Carlos Cano donde hablaba de la similitud entre Cádiz, esa ciudad andaluza enfrentada al Océano Atlántico y la capital de Cuba. Contaba que las habaneras y los tangos andaban al mismo compás y que la Catedral de Cádiz aparecía por las ventanas de la Habana colonial.

Así como le sucedió a Carlos Cano, La Habana siempre será un nombre que al pronunciarlo no deja a nadie indiferente. Es una ciudad mágica, en gran parte misteriosa, que no puede pasar desapercibida para quien la visita y registra en fotografías cada uno de los barrios que almacenan tanta historia, entre calles que narran sabor al caminarlas y por supuesto, en ese Malecón que siempre será categoría aparte a la hora de hablar de él.

Cuando visité La Habana no llevaba ninguna expectativa en mi maleta. Es más, no quería pensar en nada que pudiese alterar o crear un prejuicio con la ciudad. Y justamente fue así como me decidí a ver qué rincones me ofrecía la ciudad, tanto de día como de noche, a la hora de explorarla, como diría el mismo Cano, es un tango que sabe a mango.

Evidentemente todo tiene un comienzo y este es el básico: la Habana Vieja. Aquí es el origen de todas las historias que lleva a cuestas esta ciudad, resguardado en cada esquina algún rincón pintoresco para fotografiar. La Plaza de la Catedral (de la Virgen María de la Concepción Inmaculada) está bellamente rodeada de pequeños bares y cafés donde pasar la mañana o sin ir lejos, caminar por la calle Obispo que está repleta de tiendas y edificios magníficos dignos de apreciar como el Museo Numismático. La Habana Vieja suena a son cubano, sabe a roble y huele a mar. Podrá estar seguro de ello cuando entre al Restaurante Al Carbón o al Cha-Cha-Cha y pruebe los mejores platos típicos de la isla o si se dirige a la terraza del Hotel Parque Central a esperar el atardecer, con una de las mejores vistas de la ciudad sobre el Capitolio Nacional y el Gran Teatro Alicia Alonso.

La historia de La Habana se puede contar de barrio en barrio, de calle en calle. Si Habana Vieja lo dejó iniciado, Vedado es el repunte. Aquí la ciudad cambia de sus calles intrincadas a un ensanche en damero perfectamente planificado, poblado con las casas más increíbles que se construyeron en la ciudad a principios del siglo XX o detalles perdidos entre su trama como ese rincón llamado El Hueco. Es por eso que en El Vedado se encuentra una buena oferta de hospedaje, tanto por la ubicación estratégica como por su belleza. Sus noches merecen mérito aparte, como el bar Efe que tiene uno de los mejores ambientes de la ciudad, que no tiene nada que envidiarle a otros lugares en el mundo; aunque si su plan es recorrerla bajo el sol, Vedado custodia el Cementerio Colón, que fue planeado para albergar los restos del famoso marinero y descubridor de América pero que por circunstancias de la historia, nunca pudo albergar. Aunque no necesita tener a alguien relevante en libros, con la historia de la tumba milagrosa de Amelia Goyri, una mujer que murió al dar a luz y que ahora concede milagros a las futuras madres y niños cubanos. Estoy seguro que quedará satisfecho y conmovido con esta necrópolis, una ciudad dentro de la ciudad.

Moverse por La Habana es el reto del turista. Muchos pagan un taxi particular mientras otros, se inclinan por moverse usando los taxis colectivos llamados almendrones que viajan por ciertas rutas preestablecidas o incluso tomar el transporte público a un precio bastante ínfimo. Cualquiera que sea su opción, puede usarla para visitar pequeños rincones escondidos de la ciudad. No muy lejos de El Vedado está Nuevo Vedado, un barrio entero lleno de arquitectura moderna de los años cincuenta que alberga lugares como el Cementerio Chino, el taller de los artistas plásticos de Los Carpinteros o el Parque Almendrares que con sus senderos y cascadas llevan al río de camino al mar. Precisamente aquí, en su desembocadura está el Paladar Río Mar con una envidiable vista hacia la Isla Japonesa y La Fábrica, el nuevo epicentro de la movida underground de La Habana.

Pero no hay ninguno como El Malecón. No, no es ningún secreto de la ciudad y estoy seguro que todos lo han oído: esa cornisa que valientemente se enfrenta al mar todos los días, como una discusión acalorada entre la ciudad y la naturaleza. El Malecón no guarda mayor secreto que su mismo: trotar su orilla por las mañanas, esperar el atardecer desde el mejor punto ubicado entre el Edificio Girón y el Parque Martí o andar en las madrugadas con tus amigos y una botella de ron, cantando a voz viva mientras el mar golpea pueden ser experiencias para no olvidar.

Cuando Carlos Cano decía que las olas de La Caleta de Cádiz eran iguales al Malecón no se equivocaba. Dirán que tengo mi alma en La Habana, pero es que no se me puede olvidar.

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